Las líneas de batalla estaban trazadas. 40,000 griegos contra 40,000 romanos. El rey Pirro había fijado su mirada en Roma y nadie se pondría en su camino. Había llevado caballería, arqueros y hasta elefantes de guerra consigo. Su trayectoria de guerra era casi perfecta. Seguramente iba a dominar al imperio romano. Sin embargo después de algunos días de severo combate, aún no era claro quien ganaría. Ambos lados habían sufrido enormes pérdidas y parecía ser un empate ahogado.
Finalmente los griegos lograron prevalecer. Sus elefantes rompieron la defensa del enemigo, los romanos se tuvieron que retirar y Pirro ganó la batalla. Desafortunadamente, su ejercito ahora quedó bastante débil. Estaba lejos de su casa y no había una manera rápida para conseguir refuerzos. Pero el enemigo si podía. Cuando un amigo lo felicitó por su victoria, Pirro respondió “una victoria más de estas y me quedaré derrotado.” Efectivamente nunca logró conquistar a Roma.
Algunas batallas se ganan con demasiadas pérdidas. Terminan lastimándonos más de lo que nos ayudan. Son guerras pírricas. Así como el rey Pirro, hay veces que nuestro deseo de ganar es tan profundo que terminamos derrotándonos a nosotros mismos. Perdemos más de lo que ganamos. Un ejemplo de como esto se refleja en la vida, es en las relaciones interpersonales. Piénselo. Todos hemos estado involucrados en argumentos feos. Peleamos tan duro para ganar, que terminamos tumbando a los demás. Ganamos la batalla, pero perdemos la amistad.
Todd trabajaba en el área de ventas de su compañía. Un día estuvo en una llamada telefónica con un cliente, cuando tuvieron un mal entendido por la fecha de entrega de un producto. Pronto la llamada se convirtió en una fuerte discusión. Todd es muy bueno para argumentar, y estuvo determinado de convencer a todo mundo que no era su culpa. Después de defender su causa y manipular al cliente, este dijo “está bien, Todd, tu ganas” y colgó el teléfono. Todd celebró brevemente su victoria, hasta que de repente se percató de la realidad: había ganado el argumento, pero había perdido al cliente. Permitió que la situación se volviera más importante que la relación. Si en cambio se hubiera detenido para analizar el verdadero costo del conflicto, hubiera evitado el dolor y salvado a una relación. Solo porque podemos ganar, no significa que deberíamos. Algunas batallas simplemente no valen la pena ser peleadas.
Cuando estemos a punto de entrar a una discusión pesada, Tim Elmore sugiere que tomemos una pausa y nos hagamos las siguientes preguntas:
¿Vale la pena debatir este tema?
¿Qué espero lograr con esta victoria?
¿Qué efecto tendrá en nuestra relación?
¿Por qué me importa tanto ganar?
Los buenos líderes no pelean cada batalla. Pelean las batallas importantes. Su sabiduría les ayuda a analizar los costos y beneficios, antes de entrar al conflicto. Su humildad les ayuda a tomar el mejor camino y a saber sus límites. Como resultado, evitan victorias pírricas y fortalecen sus relaciones con los demás.
Capítulo cinco, del libro "Habitudes: Images that form Leadership Habits and Attitudes #2" por el Dr. Tim Elmore. Foto: Pixabay
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